viernes, 26 de julio de 2013

El "Pastor Feliz"

Abandonó  el confort de su casa sin sufrirlo y entró en la oscura y fría noche, preocupado por su rebaño. Particularmente por aquellas ovejas que se encontraban al desamparo de la humedad y el viento.  Si bien era un austero confort, el calor y abrigo de su pequeño cuarto contrastaba con el clima de esa desapacible noche. Sus gastados zapatos se embarraron totalmente, haciéndolos sentir aún más fríos y húmedos. Pero conservaba su sonrisa al encontrar una de sus ovejas perdidas, la única que berreaba al desamparo de la inclemente noche.
La recogió y llevó al redil. Contó el rebaño y confirmó que estaban todas sus ovejas donde debían estar, al abrigo de un techo. Ahora sí, era tiempo de regresar a su austero confort, sintiendo que no era el único que podía gozar de abrigo esa noche.
Trató de limpiar sus zapatos. Los puso cerca del fuego para que se sequen y se durmió rápido, porque al amanecer debía sacar al rebaño a pastorear.  Se durmió, y conservaba su sonrisa.

Este breve y sencillo relato sobre “el pastor feliz”, pretende ilustrar alguno de los conceptos centrales del pensamiento de Viktor Frankl, referidos especialmente a la noción de felicidad.
Muchas veces ha hecho alusión al enunciado “perseguir la felicidad”  Enunciado que encontramos en dichos populares, eslogans publicitarios y aún en la declaración introductoria de la constitución de los EE.UU. de Norteamérica. En un reportaje televisivo que le realizan a Frankl en los años 70 en el programa “Man Alive”, Frankl le señala respetuosamente al periodista, su discrepancia con el preámbulo de la constitución norteamericana, al decir “perseguir la felicidad” como uno de sus principios. Le recuerda entonces que la felicidad nunca puede ser objeto de la búsqueda directa, sino más bien es un “efecto secundario” (en inglés lo define como “side effect”) de comprometerse con realizar lo que se “debe-hacer”  Agrega que quien “persiga” la felicidad, estará auto-saboteando la posibilidad de lograrlo y negando la oportunidad de vivenciarla.
En una ocasión, estando de visita en Buenos Aires, una persona se le acerca a Frankl y se refiere a un episodio ocurrido en vísperas de ser liberado el campo de Dachau donde se encontraba prisionero.  En esa ocasión, los guardias ofrecieron a los prisioneros que se encontraban de pie y en condiciones, a tomar un camión y salir del campo, siendo que en pocos días llegarían los aliados a liberarlo.  “La guerra ya terminó para ustedes y para nosotros, de modo que no tiene sentido mantener el campo cerrado”, habrían dicho los guardias a estos cadavéricos prisioneros. “Pueden tomar ese camión y volver a casa”. Todos corrieron hacia el vehículo menos Viktor. El decidió quedarse en el campo porque, como médico, sentía que tenía que acompañar a los camaradas enfermos y moribundos. Sin agua potable, sin remedios y sin comida suficiente, sólo, con un grupo de hombres infectados de tifus, Viktor asumió el compromiso de quedarse con ellos. Ante la insistencia de sus camaradas que no comprendían por qué se negaba a la libertad, él les hizo saber que su libertad mayor era elegir asumir acompañarlos para cumplir con su “deber-ser”. Un médico tiene la obligación de curar, y cuando no puede hacerlo, tiene la responsabilidad de acompañar al que sufre en su sufrimiento. Por eso se quedó.
Lo cierto es que los aliados llegaron, efectivamente, a los pocos días y liberaron el campo. Recuperado en salud en Munich, gracias a la acción sanitaria de la Cruz Roja Internacional, Viktor preguntó por sus camaradas del camión y recibe la noticia que todos ellos fueron dinamitados a los pocos kilómetros de Dachau. La intención de los oficiales nazis era que no quedaran testigos vivos que pudieran delatar todo lo que había acontecido entre sus alambradas de púas. 
Esta persona en Buenos Aires, refiriéndose a este episodio, le dice “qué suerte que tuvo al no subirse a ese camión”, a lo que Frankl le respondió: “no fue suerte, lo que siempre salvará al hombre, es hacer lo que debe-hacer”  Ese día triste y oscuro de abril de 1945, Viktor solo había hecho lo que “debía-hacer” como médico y como persona. 
Creo que este es uno de los imperativos éticos más importantes de la Logoterapia: al hombre siempre lo salvará hacer lo que debe-hacer. Y Frankl asocia el deber-ser, no solo con la “salvación” sino con la “felicidad”. Tal vez sea la misma cosa, en el fondo. Salvarse como persona, es ser feliz y viceversa;  y todo tiene que ver con realizar el deber-ser.
Volviendo sobre el relato introductorio de estas reflexiones, ese pastor que, aún abandonando su austero confort, conservaba la sonrisa, podría ser la imagen del deber-ser frankliano.  Porque su felicidad no era el calor de su hogar, el abrigo de sus mantas o la comodidad de un calzado seco y limpio.  No. Su felicidad era recoger al animal perdido, llevarlo al resguardo, rescatarlo de la inclemencia de la noche inclemente. Solo entonces podía descansar, conservando su sonrisa.
Un pastor feliz
En estos días estoy siguiendo con interés el encuentro de la juventud que se lleva a cabo en la ciudad de Río de Janeiro (Brasil), con la presencia de SS.Francisco.
Estas reflexiones se inspiran, precisamente, en su testimonio como hombre más que en su investidura como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Es conocida su consagración a una Iglesia para los más necesitados, manifestada en una trayectoria pastoral recorrida en el barro, en el frío y en la oscuridad del sufrimiento de quien lo necesitara.
Pero lo que más me sorprende y conmueve, es la sonrisa de Francisco. Porque no se trata de una mueca protocolar o una amable disposición para quienes lo siguen y vitorean; no, es expresión genuina de felicidad. Sí, se lo ve feliz. Transmite felicidad.  Como el pastor, que abandona su austero confort y, cumpliendo su deber-ser de pastor, descubre una genuina felicidad.
Y no le importa el color de la oveja ni la calidad de su lana, que esté limpia o sucia, que sea fina u ordinaria, porque su deber-ser, no depende de quién esté delante suyo, sino de su propia consciencia de pastor. Como enseñaba el Gral.San Martín a su nieta, “serás lo que debes ser, o no serás nada”
Por eso mismo, identifico al Papa Francisco con la imagen del “pastor feliz”. Por un lado, es “feliz”, es decir, aquel que es verdaderamente feliz realizando su deber-ser. Modelo vivo del concepto frankliano de la realización personal.
Y es “pastor”, porque no hace diferencias entre las ovejas del rebaño. No es solo un pastor para los católicos. De hecho, es seguido y celebrado por católicos, por miembros de otras confesiones religiosas y aún hasta por los no creyentes.
La universalidad del mensaje, por encima de las inevitables diferencias, nos hace a todos hermanos.  Miembros de un solo rebaño. El sueño de Luther King, el “Imagine” de Lennon, las ilusiones de Teresa, las enseñanzas de Juan Pablo, la entrega de Kolbe, los testimonios de Gandhi y Mandela y el trabajo de tantos santos anónimos de jean y zapatillas, pueden tener ahora un impulso motivador en cada uno de nosotros, en la sonrisa de Francisco.
Quiero creer, y  los invito a todos a creerlo también, que estamos en los albores de una nueva humanidad, una renovación universal, una humanidad mejor y posible, menos indiferente y más sonriente.  Una era en la que más que celebrar el poder económico, el poder político o mediático, descubramos en el deber-ser, el camino de la felicidad, siguiendo el camino del “Pastor Feliz”.  
    


      

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